La Parábola del Buen Samaritano.

Sermón predicado en Lucas 10:25-37 por el Reverendo W. Reid Hankins durante el servicio de adoración en la Iglesia Presbiteriana de la Trinidad en 06/03/22 en Novato, CA.

Sermón

Reverendo W. Reid Hankins, M.Div.
Traducido por el Diácono Diego Merino.

Hoy llegamos al memorable pasaje que contiene la parábola del buen samaritano. Solo el evangelio de Lucas ha preservado esta importante parábola para nosotros. Decir que esta parábola ha tenido un gran impacto en la civilización es quedarse corto. Hoy en día, los países de todo el mundo tienen lo que se conoce como leyes del Buen Samaritano que apoyan a los transeúntes que ayudan a otros necesitados. Sin embargo, si bien ese es un impacto muy visible de este pasaje, hay mucho más que aprender de aquí que simplemente tales aplicaciones al derecho civil. Este es un pasaje que retrata la belleza de la ley de Dios. También es un pasaje que nos lleva de regreso a la misericordia de Dios.

Comencemos en los versículos que conducen a Jesús contar la parábola. Me refiero a la conversación inicial entre Jesús y este interprete de la ley. Ese es el contexto de la parábola. Un interprete de la ley viene a interrogar a Jesús, a ponerlo a prueba. Comprenda que este interprete de la ley no es un abogado en el sentido actual. Se suponía que él era un experto no en la ley civil, sino en la ley de Dios. En otras palabras, era un erudito de la Biblia que estudiaba especialmente la Torá con gran detalle. Y entonces, este habría sido alguien que la gente hubiera considerado un experto en la Biblia, un hombre considerado lleno de sabiduría y entendimiento con respecto a las Escrituras. Entonces, aquí debemos recordar dónde terminamos la semana pasada. Recuerde, justo antes de esto, Jesús había estado alabando a Dios en los versículos 21-24 acerca de cómo Dios había escondido los secretos de su reino de los sabios y entendidos y decidió revelarlo a los niños pequeños. Entonces, Lucas inmediatamente se vuelve para mostrarnos a este interprete de la ley que habría sido una de esas personas consideradas sabias y comprensivas. Sin embargo, este interprete de la ley viene a Jesús para probar a Jesús, pero en la prueba, muestra que él mismo aún no ha entendido los secretos del reino de los cielos. El interprete de la ley se atreve a poner a prueba a Jesús en cuanto al conocimiento apropiado, y en el proceso se demuestra que él mismo carece de conocimiento.

Entonces, la pregunta del interprete de la ley para tratar de probar a Jesús está ahí en el versículo 25. Él pregunta: “¿Qué haré para heredar la vida eterna?” Al estilo clásico de Jesús, Jesús cambia la pregunta. Consigue que el interprete de la ley registre y responda a su propia pregunta. Jesús le pregunta al interprete de la ley: “Bueno, ¿qué dice la ley?” Luego, el interprete de la ley responde a Jesús dando lo que Jesús describe en otra parte como los dos mandamientos mas importantes. En primer lugar, debemos amar a Dios con todo lo que somos. Segundo, debemos amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Esto es de hecho lo que dice la ley en Deuteronomio 6:5 y Levítico 19:18. Jesús, confirma esto diciendo que la respuesta del hombre fue correcta, y si el hombre hace esto, entonces viviría. Me gustaría señalar que la idea de “Haz esto y vivirás” también proviene de la ley, en Levítico 18:5. Este intercambio es maravilloso porque el interprete de la ley había buscado probar a Jesús, pero Jesús lo cambia para probar al interprete de la ley. Pero también revela cómo alguien puede saber tanto acerca de la Biblia y aun así no tener verdaderamente un conocimiento salvador. El interprete de la ley tenía la respuesta bíblica correcta a la pregunta de Jesús. Él conocía académicamente las enseñanzas de la Biblia. Pero el pasaje continúa mostrando que todavía tiene más que aprender para entender verdaderamente cómo heredar la vida eterna. Cuando hizo la pregunta a Jesús para probarlo, el interprete de la ley seguramente pensó que sabía la respuesta correcta a esa pregunta. Pero Jesús termina probándolo y exponiendo la falta de conocimiento de los propios interpretes.

Así que Jesús toma el resumen de la ley del interprete de la ley con esos dos mandamientos, y le dice: “Haz eso y vivirás”. Date cuenta de que esta es una gran declaración de Jesús. Esos dos mandamientos que nos dicen amar a Dios y amar a nuestro prójimo son un resumen de la ley moral de Dios. Cuando Jesús dice: “Haz esto y vivirás”, tiene toda la razón en que si alguien cumpliera perfectamente esas dos leyes todo el tiempo y nunca flaqueara, entonces podría merecer la vida eterna. Seguramente cuando Jesús dijo esto, el típico moralista y legalista superficialmente habría dicho: “Amén”. Usted podría esperar que este interprete de la ley al principio también dijera: “Amén”. Pero el interprete de la ley tuvo una respuesta más honesta. Mire el versículo 29. Su reacción inmediata al llamado de Jesús de “Haz esto y vive” es tratar de justificarse a sí mismo.

Esa es seguramente una respuesta honesta. Seguramente es una respuesta comprensible. También es una respuesta condenable. Es donde vemos que este sabio y entendido interprete de la ley aún no tenía la sabiduría y el conocimiento de la salvación. Cuando alguien se enfrenta a la plenitud de las demandas de justicia de la ley, una evaluación honesta le hará darse cuenta de que se queda corto en cumplirla. Esa es claramente la reacción inicial de este interprete de la ley. Seguramente, esa conciencia interna lo habría confrontado con su propia culpa por no cumplir con las demandas de la ley. Entonces, cuando este interprete de la ley se da cuenta de que no está a la altura de la ley, tiene ante sí dos opciones. Podía confesar su culpa y decir algo como: “Ten piedad de mí, que soy pecador”. Esa habría sido una respuesta salvadora. Pero desafortunadamente toma la otra opción que es tratar de encontrar una manera de justificarse ante la ley. Y cuando en realidad no puedes justificarte bajo la estricta medida de la ley, entonces la forma en que un legalista trata de salir de eso es tratando de disminuir las demandas de la ley. Si los estándares de la ley son más de lo que puedes cumplir, entonces tratas de reducir los estándares a algo que puedas cumplir. Por eso en el versículo 29 pregunta: “¿Y quién es mi prójimo?” Si puede limitar la cantidad de personas que deben ser consideradas como tu prójimo, entonces puede reducir la cantidad de personas a las que puedes amar. Eso puede permitirte justificarte cuando no amas a las personas que deberías amar. De hecho, era común entre tales interpretes de la ley judíos tratar de decir que solo otros judíos calificaban como tu prójimo, dándote permiso para odiar a los gentiles y samaritanos.

Entonces, ese es el contexto ahora para nuestro segundo punto para considerar la parábola de Jesús. Comenzando en el versículo 30, Jesús da esta parábola del Buen Samaritano en respuesta al intento del interprete de la ley de justificarse preguntando: “Bueno, ¿quién es mi prójimo?” Entonces, en la parábola, Jesús describe a un hombre que viajaba de Jerusalén a Jericó. Se trata de un viaje de aproximadamente 17 millas a través de un terreno accidentado y aislado en una ruta que no era poco común para los bandidos. Jesús no declara un origen étnico del hombre, lo que seguramente significa que debemos asumir que el hombre es judío. Entonces, este hombre es asaltado por ladrones que le quitaron todo y lo dejan casi muerto. Luego, Jesús describe a dos posibles vecinos que usted esperaría que ayudaran a este hombre. Primero hay un sacerdote y luego un levita. Recuerde, los sacerdotes eran todos de un linaje específico de la tribu de Levi, quienes serían los líderes religiosos en el servicio del templo para ofrecer los sacrificios. Pero el resto de los levitas también debían ser líderes religiosos que hicieran todos los demás trabajos necesarios en el templo. Y cuando no estaban en Jerusalén, los levitas en varios pueblos todavía eran las personas que iban a servir como líderes religiosos entre la gente. Además de sus deberes religiosos, se suele pensar que los levitas desempeñaron un papel de liderazgo en lo que hoy podríamos llamar asuntos diaconales, velando por la ayuda de los pobres y necesitados. Entonces, ¿ves entonces por qué es tan sorprendente que ni el sacerdote ni el levita ayudaran a este hombre herido que tanto necesitaba ser ayudado? Si alguien tuviera el sentido de la obligación de amar a este hombre y mostrarle misericordia, esperaría que los líderes religiosos lo hicieran. Si alguien debe dar el ejemplo de mostrar amor a un prójimo necesitado, esperaría que los sacerdotes y los levitas lo hicieran.

Pero la parábola de Jesús los ve ignorando al hombre. Dice que vieron al hombre herido pero optaron por pasar de largo por el otro lado. En otras palabras, literalmente hacen todo lo posible para evitar al hombre tanto como sea posible. Uno podría imaginar todo tipo de razones por las que podrían haber querido no ayudar al hombre, y ademas mantenerse alejado de él. Parar y ayudar al hombre tomaría tiempo e interrumpiría significativamente su agenda y sus planes. Es probable que ayudar al hombre implique un costo para usted. Quienquiera que atacó y robó al hombre aún podría estar en el área, y usted desea seguir adelante. La ubicación del lugar donde el hombre fue atacado significaba que no sería fácil llevar a un hombre herido de regreso a la seguridad de un pueblo o aldea. Hay una serie de razones por las que alguien podría no ayudar a un hombre así. Pero si alguien viniera en su ayuda, tu pensarías que sería un sacerdote o un levita.

En ves, es samaritano. Date cuenta, los judíos y los samaritanos se odiaban. Había una larga historia de agresión y enemistad entre los dos grupos de personas que se había prolongado durante siglos. Ese odio estaba vivo durante los días de Jesús. Si el sacerdote y el levita fueran las personas más dispuestas a ayudar a este pobre hombre, uno pensaría que el samaritano sería la persona menos dispuesta a ayudar. Sin embargo, en la parábola de Jesús, es este samaritano quien deja atrás la historia de enemistad para acudir en ayuda de un ser humano que definitivamente necesitaba tal ayuda. Note todas las formas en que Jesús describe cómo el samaritano muestra misericordia al hombre. Comienza en el versículo 33 donde dice que cuando el samaritano vio a la persona herida tuvo compasión. Este lenguaje en el griego se refiere a cómo sientes en tus entrañas una fuerte preocupación emocional por alguien. Entonces, se describe que este samaritano tiene un corazón genuino de compasión por esta persona. La implicación, dicho sea de paso, es que el sacerdote y el levita estaban internamente fríos y no se conmovieron por el pobre hombre maltratado y que estaba en una difícil situación. Entonces, de corazón, este samaritano se pone en acción para ayudar al hombre. Va hacia él, no lo evita. Realiza primeros auxilios vendando sus heridas y vertiendo aceite y vino. Luego coloca al hombre sobre su propio animal para transportarlo a la posada más cercana, lo que significa que él mismo caminará el resto del camino. Luego, el resto del día y toda la noche se preocupa por el hombre. Finalmente, al día siguiente, el samaritano tiene que seguir su camino, pero deja dos denarios con el posadero para mantener al hombre con la promesa de que regresará y pagará más si es necesario. Dos denarios era la cantidad de dinero que una persona típica ganaría por dos días de trabajo, por lo que dejó una cantidad decente de dinero para ayudar a este hombre. Tal vez eso no parecería mucho si estuvieras ayudando a alguien que conoces y amas; pero aquí el samaritano está dando ese dinero para ayudar a un extraño que ni siquiera conoce, y de nuevo a un extraño que seguramente es judío además de eso. Entonces, Jesús muestra una imagen de amar a tu prójimo aquí con la ayuda de la persona improbable y de una manera tan abundante y loable.

Déjame detenerme para una aplicación. Este ejemplo encomiado de amar al prójimo muestra que ni la raza ni el credo son razones para no mostrar amor al prójimo. Los judíos y los samaritanos eran de diferentes razas y diferentes credos religiosos, pero Jesús muestra que eso no niega tu deber de mostrarles el amor al prójimo que exige la ley. Que no permitamos que estas u otras diferencias que tenemos con las personas se conviertan en excusas de por qué no las amamos de la manera en que Dios nos ordena amarlas.

Regresemos ahora en nuestro tercer punto al diálogo entre Jesús y el interprete de la ley para ver cómo Jesús muestra su punto con el interprete de la ley. Entonces, Jesús le pregunta al interprete de la ley: “¿Cuál de estos tres crees que resultó ser el prójimo del hombre que cayó en manos de los ladrones?” El interprete de la ley respondió correctamente: “El que le mostró misericordia”. Entonces, aprecie lo que Jesús acaba de hacer en esa pregunta. Su pregunta cambió todo el enfoque. El interprete de la ley había preguntado “quién es mi prójimo” para tratar de limitar a los que tenía que amar”. Pero Jesús le da la vuelta a la pregunta al interprete de la ley al preguntar: “¿Quién resultó ser prójimo del hombre necesitado?” Jesús está diciendo que el interprete de la ley hizo la pregunta equivocada. No preguntes “¿Quién es mi prójimo?” Pregunta: “¿Cómo puedo mostrarme como ser un prójimo a los demás?” No estás manteniendo el espíritu de la ley de Dios si estás tratando de salirte con la tuya y amar a la menor cantidad de personas posible. El espíritu de la ley de Dios es amar a los demás, punto. En lugar de tener un alcance mínimo de a quién debemos amar, debemos buscar tener un alcance máximo de a quién debemos amar.

Entonces, Jesús llama a este interprete de la ley y a nosotros a mostrar misericordia hacia los demás y mostrarla de corazón. Jesús dice que no debemos buscar limitar pecaminosamente esa misericordia a una pequeña lista. Pero debemos buscar ser una persona que sea un ser humano genuinamente misericordioso con los demás. Jesús aplica todo esto al intérprete de ley en ese versículo final, cuando en el versículo 37 Jesús dice: “Ve, y haz tú lo mismo”. Este es el complemento de la exhortación anterior de Jesús “Haz esto y vive”. Si vas a guardar la ley, significará una adhesión total y completa a ella de una manera plena, no un cumplimiento mínimo y truncado de la misma.

Tome esto a la luz de la pregunta original del interprete de la ley. Le preguntó a Jesús cómo heredar la vida eterna. ¿Cómo puede alguien tener la vida eterna en la gloria que presenta la Palabra de Dios en lugar de recibir el castigo amenazante de condenación eterna en el lago de fuego donde hay tormento eterno? El interprete de ley había hecho esta pregunta y Jesús le dio un giro para que el hombre respondiera. El interprete de la ley dio una respuesta de acuerdo con la ley, lo que no sorprende. El interprete de la ley dijo que la ley prometía la vida eterna si la obedecías. Jesús no estuvo en desacuerdo. Jesús realmente estuvo de acuerdo. Pero el interprete de la ley sabía que se quedaría corto en una lectura estricta de la ley, por lo que trató de justificarse tratando de limitar el alcance de la ley. Para que el interprete de la ley pudiera ser justificado por las obras de la ley a fin de tener vida eterna y no condenación eterna. Pero Jesús lo llama a eso. Jesús dice que las demandas de las leyes son mayores de lo que el interprete de la ley quería que fueran. Verá, las demandas de las leyes, correctamente reconocidas, lo dejarían incapaz de ser justificado por las obras de la ley. Esa es la conclusión a la que este hombre debería haber llegado después de esta conversación con Jesús. Lo mejor que podía hacer este interprete de ley por guardar la ley iba a hacer que no pudiera heredar la vida eterna.

Espero que la aplicación para todos nosotros hoy sea obvia. Si tomas esta parábola y piensas que puedes amar a los demás tan plena y completamente como Jesús dijo aquí, te estás perdiendo el punto. Si crees que puedes justificarte por los estándares del segundo gran mandamiento, te has engañado a ti mismo. Y eso ni siquiera tiene en cuenta el primer gran mandamiento, en el que también te falta mucho. Cuando escuchamos a Jesús confrontar a este interprete de la ley con su deseo de ser justificado por la ley, se supone que debemos darnos cuenta de que ninguno de nosotros pasará esa prueba. Por mucho que lo intentemos, ninguno de nosotros sería capaz de justificarnos ante Dios con nuestra observancia de la ley. En lugar de tratar de justificarnos, nos condenaríamos. En lugar de tratar de justificarnos por las obras de la ley, veamos que hay una manera de ser justificados por la misericordia de Dios en Cristo.

Permítanme indicar más este caso señalando el punto sobre el corazón aquí. El samaritano sobresalió aquí porque tuvo genuina compasión de corazón. ¿No es ese el mayor desafío de guardar todas las leyes de Dios todo el tiempo? Sí, a veces vemos que nuestros corazones se sienten y responden de la manera correcta cuando surgen oportunidades para la rectitud. Pero con demasiada frecuencia nuestros corazones no están donde deberían estar. Con demasiada frecuencia tenemos que obligarnos a hacer lo que sabemos que es lo correcto cuando nuestro corazón no quiere hacerlo. El punto es que la Biblia revela nuestra total depravación, y no es solo en lo que decimos o hacemos. Está en lo que somos. Nuestras almas son como este hombre medio muerto que no pudo ayudarse a si mismo. Necesitamos que Dios tenga misericordia de nosotros para salvarnos y cuidarnos y velar por nuestra sanidad y recuperación.

Gracias a Dios, que esto es exactamente lo que Dios hizo en Jesús. Jesús iría desde Jericó hasta Jerusalén para entregarse a sí mismo para morir en la cruz por nuestros pecados. Él pagaría el precio personalmente por la ira de Dios que ganamos por nuestras fallas en guardar la ley. No “hicimos esto y vivimos”, sino “no hicimos aquello y morimos”. Pero Él ganó la vida eterna para nosotros y la da a todos los que vienen a Él en la fe. Él dice que podemos ser justificados a causa de su misericordia como alternativa a ser justificados por el cumplimiento de la ley. ¿Qué es lo que requiere entonces para recibir esta justificación según la misericordia? No el cumplimiento de la ley, sino la fe. Necesitamos reconocer que no podemos ser justificados por guardar la ley y, en cambio, buscarlo en fe para recibir la justificación como un acto de su misericordia y gracia. Esta es la sabiduría y el entendimiento de lo alto que todos necesitamos si queremos ser salvos y disfrutar de la vida eterna. No llegamos a “hace esto y vive”. Necesitábamos confiar en lo que “Cristo hizo esto” para poder vivir.

Si has llegado a conocer tal misericordia de Dios en Cristo, ¿qué será entonces la ley para ti? ¿La misericordia de Dios anula tus obligaciones con estos dos grandes mandamientos? No, en absoluto. La ley es justa, buena y verdadera, incluso si no somos capaces de cumplirla perfectamente en esta vida. Por lo tanto, siempre debemos tratar de mantenerla, incluso cuando nos quedemos cortos. La misericordia de Dios hacia nosotros en nuestras fallas debería impulsarnos a tratar de mantenerla aún más. Jesús dice que esta ley es buena.

Eso significa que el pasaje de hoy realmente te ordena amar a tu prójimo como a ti mismo. Tenemos la obligación moral de amar a los demás. Esa obligación no desaparece solo porque no conoces a la persona o incluso si es tu enemigo de una forma u otra. Haz una pausa y piensa por un momento en cualquier grupo de personas que realmente desprecias por lo que representan. Jesús te dice que los ames como a ti mismo. No tienes que estar de acuerdo con alguien para ser amable con ellos. No tienes que unirte a la locura de alguien, para tener misericordia de ellos en su hora de necesidad.

Amén.

 Copyright © 2022 Rev. W. Reid Hankins, M.Div.

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