De Su Plenitud.

Sermón predicado en Juan 1: 14-18 por el Reverendo W. Reid Hankins durante el servicio de adoración en la Iglesia Presbiteriana de la Trinidad en 12/19/18 en Novato, CA.

Sermón

Traducido por el Diácono Diego Merino

He pasado mucho tiempo en este pasaje a lo largo de los años al pensar en el nacimiento de Jesús. Sin embargo, el tema en el que me gustaría centrarme en el sermón de esta mañana es un área en la que mis sermones sobre este pasaje no han profundizado demasiado. Me gustaría dedicar un poco de tiempo a pensar en la plenitud que se menciona de Jesús, particularmente en los versículos 14-18. El lenguaje de completo o plenitud se usa en los versículos 14 y 16. El versículo 14 habla de su plenitud divina que nos ha llegado como Dios hecho carne. El versículo 16 habla de cómo de su plenitud tenemos gracia y verdad. Y entonces, aprendemos aquí de algunas de las cosas maravillosas que el nacimiento de Jesús nos ha traído de su plenitud. Y son estos mismos versículos los que describen esto en comparación con Moisés. La gran religión verdadera salió a la luz en el mundo a través de Moisés. Lo que Moisés trajo a la humanidad fue maravilloso y asombroso y sirvió suficientemente al pueblo de Dios durante muchos siglos. Pero con el nacimiento de Jesús, uno mas grande que Moisés ha venido trayendo cosas aún más grandes que las que trajo Moisés. Al reflexionar nuevamente sobre el nacimiento de Cristo, reflexionemos sobre lo que nos ha traído en su divina plenitud.

Consideremos primero como Jesús nos trae la plenitud de Dios, tanto de su gloria como de su revelación. Esta es la base de lo que hablaremos hoy cuando hablamos de su plenitud. El versículo 14 describe a Jesús como el Verbo que se hizo carne. Este pasaje comenzó en el versículo 1 diciéndonos que esta Palabra estaba con Dios y Él era Dios desde el principio. Este pasaje termina en el versículo 18 diciéndonos que esta Palabra es el Unigénito de Dios, el Hijo eterno del Padre, que está al lado del Padre. Entonces, encontramos el maravilloso misterio de que el que llamamos Jesucristo es Dios hecho carne. El nombre de Jesús ni siquiera se menciona en este pasaje hasta casi el final, en el versículo 17, que en realidad es más una referencia a su humanidad que cualquier otra cosa. Pero Jesús es el Dios eterno, una de las tres personas de la Santísima Trinidad, que vino a esta tierra en la plenitud divina y se hizo hombre. No perdió su divinidad cuando se convirtió en hombre, sino que añadió una naturaleza divina a su persona. Entonces, en la persona de Jesús, la plenitud de la deidad habitó en forma corporal, como también enseña Colosenses 2: 9.

Esto está bellamente descrito en una palabra que casi siempre se pierde en las traducciones al español en el versículo 14. La palabra para “habitó” es literalmente “tabernáculo” o “instaló una tienda”. El Hijo de Dios habitó entre nosotros, y hemos visto su gloria, gloria del Unigénito del Padre. Aquí, en nuestro pasaje, incluso antes de que se mencione el nombre de Moisés, tenemos un contraste con Moisés. Moisés trajo, por así decirlo, la gloria de Dios al mundo cuando instaló una tienda en el desierto. Dios le mostró a Moisés una imagen en el cielo de un tabernáculo que luego Moisés usó para construir una aproximación terrenal. En ese tabernáculo y mas tarde en el templo que construyó Salomón, la gloria Shekina de Dios habitó entre su pueblo. Eso fue maravilloso y glorioso. Pero ahora con Jesús, esa plenitud de la gloria de Dios no se manifestó en una tienda o edificio fijo, sino en el cuerpo humano de Jesús. Dondequiera que Jesús fue, la plenitud de la gloria de Dios estaba presente allí mismo. Y cuando Moisés construyó ese tabernáculo, Éxodo 40:34 habla de cómo al principio la nube de gloria de Dios llenó el tabernáculo. Pero el resultado de eso fue que Moisés no pudo entrar al tabernáculo cuando esa nube de gloria se posó sobre el tabernáculo, Éxodo 40:35. Pero Jesús, como uno mejor que Moisés, tenía dentro de sí la plenitud de la gloria de Dios. Y hemos visto esa gloria; ¡esa plenitud de gloria divina en la persona de Jesús!

Es por eso que el versículo 18 puede hablar de cómo Jesús nos revela la plenitud de Dios. Tenemos la plenitud de Dios revelada en Jesús y a través de Él. Más adelante en el evangelio de Juan, uno de los discípulos de Jesús, Felipe, dirá: “Muéstranos al Padre”, y Jesús respondería que si has visto a Jesús, has visto al Padre. Jesús, en su plenitud divina, es la revelación plena y completa de Dios. Aquí, nuevamente, el versículo 18 nos recuerda cuánto mejor es esto que lo que trajo Moisés. Recuerda, Moisés le había pedido a Dios que le mostrara su gloria y Dios dijo que ningún hombre puede ver su rostro y vivir. Dios le permitió a Moisés, en cierto sentido, ver la parte de atrás de su gloria desde la hendidura de la roca, pero no contemplar la plenitud de Dios. Pero el versículo 18 dice que Jesús, como el eterno Hijo de Dios, está en el seno del Padre. En contexto, está diciendo que ha visto y conocido a Dios de una manera que ningún simple humano puede hacerlo. Hubo una forma en que Moisés nos trajo la revelación de Dios. Pero hay una manera aún mejor en que Dios se nos revela en su plenitud a través de Jesús. Como dice Hebreos 1, ¡Dios nos ha hablado ahora en estos últimos días en su Hijo!

A continuación, consideremos como Jesús nos ha traído la plenitud de la gracia divina. En el versículo 14 se dice que Jesús está lleno de gracia. Y en el versículo 16 de su plenitud, dice que nos trae gracia sobre gracia. La gracia es una palabra muy rica en sí misma. Está estrechamente relacionada con la palabra regalo. Se refiere a los buenos dones que Dios nos da cuando no merecemos los dones que nos da. A veces se define como un favor inmerecido. Una definición aún más precisa sería un favor desmerecido, porque no solo no merecemos tan buenos dones de Dios, sino que nos hemos ganado todo lo contrario. No es solo que no merecemos las muchas bendiciones de Dios, sino que merecemos la ira y la maldición plenas de Dios. Pero Jesús nos trae la plenitud de ese carácter divino de gracia y nos concede a los que nos volvemos en la fe.

Piensa en la abundancia de gracia que Jesús nos da con el lenguaje del versículo 16 de gracia sobre gracia. La idea de gracia sobre gracia es difícil de comprender. Podría explicarse cómo gracia en lugar de gracia. Que Jesús te da la gracia, y luego te da la gracia para reemplazar esa gracia. Entonces, representa este fluir constante, interminable y abundante de gracia de parte de Jesús hacia nosotros. En este mundo, la sequía puede hacer que los manantiales y los ríos se sequen. Pero nada hará que se detenga el fluir la gracia de Dios en Jesús. Esto está nuevamente relacionado con la idea de que la gracia de Jesús fluye de la plenitud divina dentro de Él. Él mismo posee la gracia sin medida en su divina plenitud. Es casi una especie de contradicción pensar en la plenitud de cualquier atributo de Dios. Dios es infinito. Eso quiere decir que no tiene límites. Sin embargo, algo que está lleno es técnicamente una descripción de algo que se está llenando a su máxima capacidad. Pero Dios no tiene ninguna capacidad máxima. Él es infinito. Él es ilimitado. Pero eso no significa que su gracia tampoco lo llene. En la maravillosa gloria de nuestro Dios, Dios está lleno de gracia. Jesús, el unigénito del Padre, está lleno de gracia. Su gracia es más que suficiente para cubrirnos de todos nuestros pecados.

Nuevamente, vemos un contraste aquí con Moisés. En el versículo 17, se establece una comparación directa. Allí, la ley que trajo Moisés se contrasta con la gracia y la verdad que trajo Jesús. Tocaremos la comparación de la verdad en nuestro punto final del sermón de hoy. Pero piensa ahora en contrastar la ley y la gracia. Me gustaría señalar que aquí hay una amplia generalización que podría llevarnos a una conclusión errónea. Esto no quiere decir que el ministerio de Moisés no involucró ninguna fuente de gracia. Tampoco sería justo decir que el ministerio de Jesús no involucró ninguna ley. No, el antiguo pacto que Dios promulgó a través de Moisés tenía muchos medios de gracia. Piensa en todos los sacrificios, por ejemplo, para la expiación del pecado. O piensa en la redención misericordiosa de Dios del pueblo de Egipto a través de Moisés. Sin embargo, esas cosas miraban más allá de sí mismas y eran en sí mismas solo marcadores para la verdadera sustancia de la gracia que vendría en Jesús. Por ejemplo, la eficacia de esos sacrificios de toros y machos cabríos fue realmente como estaban en la promesa de la venida del sacrificio real por el pecado, que es la sangre de Jesucristo derramada en la cruz por nosotros. Y de la misma manera, la redención de Egipto miró hacia adelante a como el pueblo de Dios sería liberado de su cautiverio a la esclavitud del pecado a través de la gracia que Jesús traería. De la misma manera, aunque Jesús ciertamente dirigió a su pueblo salvo de regreso a la ley moral de Dios como una regla perfecta de justicia, nos damos cuenta de que nos aseguró una nueva relación con la ley. Antes estaba para condenarnos en nuestro pecado. Pero en la gracia que trajo Jesús, esa ya no es nuestra relación con la ley. Sí, los santos de la antigüedad de antemano pueden haber disfrutado de estos beneficios en un sentido, con la esperanza de la venida de Cristo. Pero la sustancia de tales en realidad vino en Jesús.

Entonces, la plenitud de tal gracia sobre gracia significa que el ministerio de Jesús en comparación con Moisés puede definirse en términos rígidos. El ministerio de Moisés podría caracterizarse especialmente en términos de la ley, mientras que el ministerio de Jesús en términos de la gracia. Moisés trajo una ley que nos mantuvo cautivos. Porque la ley reveló nuestro pecado y quedamos condenados a la pena de muerte. Sin embargo, Jesús vino trayendo gracia para abordar el cautiverio y la muerte. En la cruz, Jesús se ofreció a sí mismo como propiciación por nuestro pecado, para que todo el que crea en Él sea salvo. Porque por la fe en Jesús, nuestro pecado le ha sido contado a Cristo y Él lo puso a muerte en la cruz. Y por la fe, la justicia de Cristo nos ha sido contada a nuestro favor, de modo que Dios puede ser justo y justificador del que tiene fe en Jesús. Entonces, la Escritura muestra este contraste entre la ley y la gracia. Por ejemplo, Pablo en Romanos 6:13 dice que ya no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia.

Es bastante interesante notar que si bien este prólogo del evangelio de Juan usa este maravilloso lenguaje de la gracia cuatro veces, Juan no usa la palabra en el resto de su extenso libro. Y sin embargo, el libro es un testimonio repetido de la gracia que trae Jesús, de varias formas. Una forma que se ve es cómo se puede organizar el libro mediante señales. La primera mitad del libro muestra a Jesús haciendo milagros cada vez más grandes que se describen como señales. La segunda mitad se centra en el milagro final de su propia resurrección, que es la señal más grande. Estas señales dan testimonio no solo de quién es Jesús como Dios-Hombre, sino que reflejan e ilustran la gracia que Él trae a quienquiera que venga a Él y crea en Él. Por ejemplo, cuando Jesús alimentó milagrosamente a los cinco mil en Juan 6, habló de la gracia que Jesús trajo mediante la cual las personas podían alimentarse espiritualmente de Él y tener vida eterna. Estas señales milagrosas también combinan bien con las famosas siete declaraciones de “Yo Soy” que el evangelio de Juan registra de Jesús. Jesús dijo cosas como: “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá ”(Juan 11:25). Este es un testimonio de la gracia para vida eterna que Jesús trajo en sí mismo. Y así, aunque Juan no usa la palabra “gracia” en el resto de su libro, todo el asunto es posiblemente el testimonio más evidente entre los Evangelios de la plenitud de la gracia que Jesús trajo cuando vino a este mundo.

Por último, consideremos la plenitud de la verdad divina que Jesús nos ha traído. Esto también se menciona dos veces en nuestro pasaje. Versículo 14, Jesús, como el Verbo hecho carne, está lleno de gracia y verdad. Versículo 17, la gracia y la verdad vinieron a través de Jesucristo. La verdad, por definición, es aquello que es verdadero, correcto, válido, cierto y exacto. Es la realidad genuina de algo comparado con cualquier falsedad o ficción. Si bien el evangelio de Juan luego describirá al diablo como el padre de todas las mentiras, Dios es el Dios de la verdad. Entonces, desde la plenitud de la verdad divina, Jesús es capaz y nos ha revelado la verdad de Dios.

Notamos nuevamente la comparación que se hace con Moisés en el versículo 17. El hecho de que Moisés trajo la ley también se contrasta con la forma en que Jesús trajo la verdad. Nuevamente, reconocemos que ciertamente Moisés trajo varias verdades de Dios. Dio testimonio de verdades maravillosas como la revelación de que Dios es misericordioso y clemente, lento para la ira y abundante en amor y fidelidad (Éxodo 34: 6). Sin embargo, en última instancia, él era solo un mensajero, siendo Dios quién le dio esa verdad que luego le transmitió. Jesús, por otro lado, es la personificación misma de la verdad como Dios encarnado. Como incluso describe este pasaje, Él es la mismísima Palabra de Dios que viene a nosotros. Él es la verdad divina que Él mismo nos ha dicho, la plenitud de toda revelación. El lenguaje de Jesús como la Palabra aquí realmente nos trae a entender de Jesús trayendo a nosotros la verdad de su plenitud divina.

Otro sentido de comparación entre lo que Moisés trajo bajo la ley y lo que Jesús trae en términos de verdad, es cuando pensamos en la verdad en términos de sustancia versus sombra. Lo que quiero decir es que mucho de lo que trajo Moisés no era más que un tipo y una sombra de lo real. Por ejemplo, Hebreos 8: 4 dice que Moisés construyó el tabernáculo como el lugar de adoración terrenal con el modelo del tabernáculo celestial que Dios de alguna manera le permitió que lo viera. Y entonces, dice allí que lo que hizo Moisés fue solo una copia del tabernáculo celestial. En otras palabras, el tabernáculo terrenal no era el verdadero, el verdadero tabernáculo. Esa copia de un tabernáculo finalmente se convirtió en un templo físico en la cima de Jerusalén. Pero toma esa idea y piensa en eso a la luz de Juan 4 cuando se le preguntó a Jesús si deberíamos adorar en ese templo en Jerusalén. Jesús respondió diciendo que ahora los verdaderos adoradores comenzarán a adorar a Dios en Espíritu y en verdad. Bajo Moisés, la adoración fue provisional, facilitada a través de solo una copia del templo celestial, por así decirlo. Pero ahora Cristo trajo acceso a la adoración en verdad, en el sentido de sustancia y en lo real. Cristo trajo una manera para que ahora adoremos verdaderamente a Dios en el verdadero templo celestial por el Espíritu de Cristo. El tabernáculo es solo un ejemplo de una serie de cosas que Moisés trajo que no eran reales, sino tipos y sombras de lo real. Pero Jesús nos trae las cosas reales, las cosas verdaderas y reales.

Esta idea de Jesús trayendo la plenitud de la verdad divina es algo que Juan saca explícitamente de varias formas en el resto de este libro. Ya he mencionado algunos, pero permítanme mencionar algunos otros más importantes. En Juan 3:21, Jesús habla de cómo la obediencia a Dios puede describirse a como un hacedor de la verdad. En Juan 5:22, Jesús habla de cómo Juan el Bautista dio testimonio de Jesús, pero lo que describe es que Juan da testimonio de la verdad. En otras palabras, dar testimonio de Jesús es dar testimonio de la verdad, identificar a Jesús con la verdad. En Juan 8:31, Jesús dice que debemos permanecer en la palabra de Jesús, y si lo hacemos, entonces conoceremos la verdad y la verdad nos hará libres. En otras palabras, ¡la verdad que encontremos en Jesús nos salvará! En Juan 14: 6, Jesús dijo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie viene al Padre sino por Mí ”. ¡La verdad en Jesús es el camino a Dios y a la vida eterna! En Juan 14:17 y 16:13, Jesús habla de que cuando ascendió al cielo nos enviará el Espíritu Santo. Pero allí llama al Espíritu Santo, Espíritu de verdad. Él dice que el Espíritu de verdad nos guiará a toda la verdad, hablándonos de esa verdad que está en Jesús. Y en Juan 18:37, Jesús testifica a Pilato que todo el que es de la verdad escucha su voz. Por supuesto, Pilato se burló y dijo: “¿Qué es la verdad?” Pero la respuesta es que Jesús es la verdad y necesitamos conocer la plenitud de la verdad de Dios que encontramos en Jesús. Que todos aquí hoy conozcamos esa verdad que cambia y salva las vidas en Jesucristo.

En conclusión, este año celebramos y volvemos a recordar el significado del nacimiento de Cristo. Observa cómo el mensaje de hoy sobre toda esta plenitud divina se hace realidad en la venida de Cristo a este mundo. Hay un pequeño detalle en el versículo 16. Dice: “Porque de su plenitud todos hemos recibido gracia sobre gracia”. Dice, “todos hemos recibido”. Es tiempo pasado. No presente. Podríamos apreciar esto si también estuviera en tiempo presente. Todos estamos recibiendo gracia, verdad y conocimiento de Dios de parte de Jesús. Eso es cierto. Pero lo pone en pasado. Porque no se trata tanto de cómo se aplica a nosotros todo esto. Es un punto histórico sobre lo que trajo Jesús cuando nació en el mundo. Porque el tiempo pasado del versículo 16 está en el contexto del versículo 14, cuando el Verbo se hizo carne y plantó una tienda entre nosotros. Cuando el Hijo eterno de Dios se encarnó en este mundo, la plenitud de Dios vino a nosotros. Estas palabras “todos hemos recibido” apuntan a una realidad terminada. Jesús nos ha traído la plenitud de Dios, lleno de la gracia y la verdad que necesitamos ”. Él trajo esto cuando nació en este mundo.
Si eres cristiano, has llegado a conocer toda la plenitud divina de la que hemos estado hablando hoy. Entonces, que nuestra fe sea renovada en esta plenitud que tenemos en Jesús. Tenemos la plenitud de la gracia, la verdad y la misma revelación de Dios y su gloria para nosotros, en nuestros corazones, mentes y vidas.

Y si estás aquí hoy y aún no has llegado a saber esto, te llamo hoy para que entres en una relación con lo divino. Conoce al Dios que hizo todas las cosas. Mira su gloria. Recibe su gracia y verdad que son para ti. Hazlo clamando a Jesús hoy con fe a través de la oración. Confiesa tus pecados y pídele que te perdone. Conviértete en su discípulo hoy. Cristo ha venido. Que su venida sea para ti la plenitud de Dios entrando en tu corazón.

Amén.

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